“El impacto
del cine digital” (Side by side, Christopher Kenneally, 2012),
documental de generoso presupuesto y ambicioso planteamiento, se revela como
una de las peores muestras del género que se vieron el pasado año. No cumple
las expectativas propuestas ni en su labor de investigación, ni a nivel
didáctico, ni narrativo; simplemente deviene un seguido de personajes famosos
haciendo peregrinas declaraciones sobre la eclosión del fenómeno digital en los
últimos años. El que interesantes autores con un discurso propio sobre el uso
de este formato se dediquen a decir banalidades y alguna tontería durante 90
minutos, no sabemos si se debe al pésimo guión o la desastrosa labor de montaje
perpetrada por los autores.
Contando con
el carismático Keanu Reeves (mejor
actor que periodista) en funciones de entrevistador y narrador, la película
trata de explicar el origen y motivos de la nueva era digital frente al clásico
sistema de rodaje en película. Desde el punto de vista histórico se muestra
endeble, ya que las partes dedicadas a la creación de este formato apenas
ocupan unos tres minutos, decantándose el director por la opción de mostrar a
famosos hablando antes que explicar los orígenes del formato. Se ignoran las
pioneras aportaciones de Jean Luc Godard,
Francis Ford Coppola o Peter Del Monte, favoreciendo siempre
el punto de vista del cine industrial y obviando el hecho de que fue el cine
independiente, al margen de la industria, el que empezó a trabajar el soporte
que nos ocupa. Así pues, a pesar del título original, nunca se nos muestra una
opinión contrastada sobre que formato es mejor o que razones llevaron a los
cineastas más libres y a los más pequeños a abrazar este formato. En el otro
lado del espectro, aun contando con declaraciones de radicales del 35 como Christopher Nolan, su operador Wally Pfister (algo incoherente por
momentos) o el mítico Vilmos Zsigmond,
jamás se les acaba de dar la oportunidad de que expliquen en profundidad sus
puntos de vista. A voces conciliadoras como el genial Vittorio Storaro y Martin
Scorsese no se les da espacio para exponer los pros y los contras de cada
formato, salvo para que Scorsese haga gala de un romanticismo algo infantil. Es
por eso que es mas que probable que los problemas vengan mucho mas de los
autores del documental que de los propios entrevistados. Solo el irregular pero
interesante Danny Boyle y su
brillante director de fotografía, Anthony
Dod Mantle, tratan, cuando se les permite, ahondar en las posibilidades
estéticas y formales y la manera en la que estas afectan al lenguaje narrativo.
Uno de los puntos clave para entender la elección de este sistema.
Solo parece
haber cierta unanimidad en la aportación del digital al cine en el apartado del
montaje, con la única voz discordante de la veterana Anne V. Coates, a la cual se le permite decir una tontería a propósito
de la mítica “Lawrence de Arabia” (Lawrence
of Arabia, David Lean, 1962)
También los efectos digitales parecen lograr cierto consenso, siendo la voz del
irregular Joel Schumacher la única capaz de aportar cierta coherencia a tanto
caos.
Por otra
parte, la mayoría de razones que esgrimen los diferentes directores son en su
gran mayoría muy simples y siempre sin opiniones contrastadas. Por ejemplo:
- Tiempo: Steven Soderbergh, justifica el digital por el tiempo de carga de
una tarjeta o disco duro respecto al cambio de bobina…
- Repeticiones: Un incomodo David Fincher argumenta la infinita
posibilidad de repeticiones que permite el digital, sin que se comente el
inconveniente que esto puede provocar.
- Movilidad: Danny Boyle
defiende la ligereza del equipo y la libertad de movimiento que ello conlleva.
Y así
sucesivamente, nos encontramos con medias verdades que tratan de justificar el
uso del formato digital sin que haya una voz que contraste abriendo el debate y
siempre evitando los dos grandes motivos para el uso de este formato:
económicos y estéticos. En el caso del primer motivo es posible que no se
mencione ya que habría que profundizar en un gran problema, el cual es la
apropiación de este medio por parte de los grandes estudios cuyas producciones
son usadas como ejemplos en muchas ocasiones, así como indagar que se hace con
el dinero ahorrado por el formato. Siguiendo con el aspecto monetario, se
podría haber abierto un debate sobre la apropiación de las imágenes por parte
de las grandes compañías, y por consiguiente la imposición de estos de la
temática y fondo de lo mostrado o narrado, hecho que acabaría relegando el cine
a ser de nuevo un arte controlado por clases altas. En cuanto a las razones estéticas,
solo son mencionadas con timidez por el brillante Dion Beebe al hablar de la pionera Collateral (Michael Mann,
2004)
Mención aparte
merece el breve capítulo dedicado a la coloración digital, donde brilla la
aportación de Michael Ballhaus, a
pesar de ser un tema muy interesante es un asunto que atañe directamente a los
operadores y los directores y es un debate que encajaría mejor en una escuela
de cine, pese a todo, es un apunte necesario.
Por último se
finaliza el largometraje hablando sobre la democratización de las imágenes que
puede aportar este formato. Este debería haber sido sin duda el tema principal
de la obra. Pero de nuevo no hay contraste, se dicen mentiras parciales y se
obvian los temas de calidad, tanto técnica como artística, que conlleva, por
ejemplo, el hecho de rodar con un móvil o que la facilidad y velocidad que
aporta este formato muchas veces represente una merma de calidad en el
resultado final, algo que si apunta Coates al hablar del montaje aunque con un
ejemplo poco afortunado.
Una
oportunidad perdida y además de la manera mas desastrosa posible.
Alex Turol