Debido al tema y estilo que ha elegido Brandom Cronenberg para su debut en la
dirección (Antiviral, 2012), es
difícil no compararlo con la obra de su brillante progenitor, pero también es
innegable que habiendo crecido en una ambiente cultural donde conceptos como
nueva carne o terror corporal debían ser comunes en su día a día, es inevitable
que su educación haya condicionado su opera prima. Por lo que intentaremos
olvidar que es hijo de quién es y nos centraremos en sus virtudes y defectos
como creador.
La película parte de un concepto algo
absurdo a primera vista (existen clínicas que suministran enfermedades de
famosos a sus fans) pero que después de pensarlo un momento no se antoja tan
delirante si tenemos en cuenta la obsesión de la gente por los cotilleos y la
forma de vida alternativa que ofrecen las redes sociales donde se puede
interactuar con tus ídolos. Aún así quizás debido a que se trata de una primera
película, esta idea queda solo en la superficie y se utiliza como macguffin
recurrente para estirar la historia e introducir una sub trama de thriller que
no aporta gran cosa a la historia aunque debido a la importancia y suspense que
Cronenberg otorga a esta idea, consigue lo que pretende, que es mantener el
interés durante la parte central de la película, para en su último tercio
volver sobre las ideas expuestas en un principio, donde solo durante la segunda
intervención de Malcom McDowelll, se
profundiza en las connotaciones filosóficas de la idea de la enfermedad y la
carne como nexo de unión entre dos seres. El clímax se antoja algo forzado, ya
que tras una suerte de final feliz, Cronenberg añade un segundo final más
pesimista y oscuro, que si bien pierde algo de fuelle debido a que se trata de
un epílogo que sucede tras la conclusión de la historia principal, si que
consigue inquietar debido a la morbosa puesta en escena. En cuanto a este aspecto,
la dirección de Cronenberg es fría, quizás en exceso, al mismo tiempo es
innegable que se ajusta muy bien a la contado, pero algo más de energía no le
hubiese sentado mal a la película.
Las interpretaciones son correctas,
destacando especialmente la inquietante presencia del protagonista, Caleb Landry Jones. También merece la
pena señalar el notable trabajo de fotografía de Karim Hussein (quien se está convirtiendo en un imprescindible en
esta labor dentro del nuevo cine fantástico canadiense), muy acorde con el tono
de la película y en clara sintonía con el clínico diseño de producción.
En resumidas cuentas, estamos ante una
película irregular pero no carente de interés, sus defectos (dispersión
temática, narrativa plana, guión estirado) pesan tanto como sus virtudes
(originalidad en el planteamiento, decorados y fotografía muy coherentes, ritmo
interesante); pero pese a todo hacen pensar que Cronenberg es un talento a
tener en cuenta, sobre todo si consigue contar sus historias con algo menos de
frialdad ya que no si no corre el riesgo de que dejen así al espectador, frío.
Alex Turol