Sin gozar de una posición
privilegiada en el panteón de los mitos del terror y fantástico cinematográficos,
el Hombre Invisible ejerce, no obstante, una pulsante atracción sobre el
aficionado al género. Dejando de lado las cuestiones lúdico-festivas del personaje,
ya sabéis, bromitas pesadas y satisfactorios actos de voyeurismo, es indudable
que la existencia de un hombre, mujer o niño intangible provoca no pocos
escalofríos de terror, pues las posibilidades implícitas en esa condición son
variadas y casi todas ellas de naturaleza maligna, semejante poder se bastaría
para descentrar a la naturaleza más equilibrada, llevando al alma humana por
caminos más bien oscuros.
Antes de que dos de los más
ilustres escritores del fantástico encontraran inspiración en la invisibilidad,
varios autores ya habían tocado el tema (por ejemplo Fitz J. O’Brien en su
novela ¿Qué es eso? / What’s was it?),
pero no puede negarse que la verdadera “explosión mediática” del personaje se
produjo a raíz de la novela de H.G. Wells titulada El Hombre Invisible (The Invisible Man, 1897), en el año 1910 Julio
Verne también aportaría su granito de arena al creciente mito con la novela El secreto de Wilhem Stortiz (Le secret de
Wilhem Stortiz); a partir de ese momento y en sucesivos años, varios
autores se adentraron en la invisibilidad, destacando L’Homme qui Voulait Ếtre Invisible (1923) del gran Maurice Renard.
La semilla ya estaba plantada y
el incipiente mundo del cine no tardaría en fijarse en el peculiar personaje o en
su principal característica, de esta manera Méliès tocaría el tema de manera
muy personal en El invisible Siva (Siva,
l’invisible, 1904), los años siguientes traerían más acercamientos con
títulos como The Invisible Fluid (1908)
de Wallace MacCutcheon o Invisibility
(1909) de Lewin Fitzhamon y Cecil M. Hepworth, todas ellas son buenas
muestras de la fascinación que provocaba la novela de Wells; dejando aparte
toda la sucesión de cortos más o menos en las mismas coordenadas estilísticas
que se fueron realizando, doy un salto hasta el año 1916 donde Rochus Gliese y
Paul Wegener estrenaron Der Yoghi, producción
alemana con la gran Lyda Salmonova de protagonista y que tuvo un gran éxito en
su momento.
Es sin embargo la película que
rodó James Whale en el año 1933 la que se ajustaría más a la obra original. Con
producción de la Universal,
que había encontrado un filón económico adaptando novelas populares de terror y
fantasía, y con Carl Laemmle Jr. ejerciendo de ideólogo, decidieron aprovechar
el éxito conseguido por Whale con El
Doctor Frankenstein (1931) para alargar en el tiempo la supremacía de la
compañía en este ámbito. Poco se puede decir de esta película que no se haya
escrito ya, con un ritmo ágil, unos efectos especiales y visuales
espectaculares (a cargo de John P. Fulton), unos diálogos brillantes, una
dirección sobria a la vez que muy efectiva y unas interpretaciones que rayaban
a gran altura, la película desde su mismo estreno se convirtió en un fenómeno
de masas. El Hombre Invisible tiene
un buen puñado de secuencias antológicas en su reducido metraje, pero es Claude
Rains y la representación visual de su personaje, ya sabéis, el batín, las
vendas y las gafas oscuras, la que se instaló en el subconsciente del público y
por consiguiente, en el panteón de los mitos del fantástico, acompañando al
actor británico tenemos a Gloria Stuart, William Harrigan, Henry Travers y Una
O’Connor y la aparición en pequeños papeles de actores como John Carradine o
Dwight Frye.
A partir de ese momento, gracias
al éxito conseguido, una gran cantidad de películas sobre la invisibilidad
fueron producidas; entre ellas quizás la más importante (rodada el mismo año)
sería un film alemán dirigido e interpretado por Harry Piel titulado Ein Unsichtbarer Geth Durch Die Stadt.
El año 1940 ve el estreno de El Hombre Invisible vuelve (The Invisible
Man Returns) que fue dirigida por Joe May. En esta segunda parte ya se
anticipan los deseos de la
Universal respecto a la saga: dejan de lado guiones e
historias sólidas para primar, por encima de cualquier otra consideración, los
efectos especiales. Aunque en esta ocasión la película tuvo un importante éxito
comercial, gracias al trabajo de John P. Fulton que volvía a asombrar a propios
y extraños con sus efectos, ésta orientación ya dejaba entrever la lenta
decadencia en la cual entraría la saga. Como curiosidad recordar que Vincent
Price se encargó del papel principal, interpretación que le abrió no pocas
puertas profesionales y le permitió, con el tiempo, convertirse en uno de los
reyes del terror. El argumento es el siguiente: George Radcliffe (Vincent
Price) ha sido condenado a muerte por el asesinato de su hermano Michael, antes
de ser ejecutado recibe la visita del Dr. Frank Griffin (John Sutton), el
hermano del inventor de la fórmula de la invisibilidad; poco después George
desaparece sin dejar rastro de la celda e inicia una lucha por demostrar su
inocencia, pero la poción que ha tomado para lograr la invisibilidad, tiene un
efecto secundario muy peligroso: provoca la locura. Este film, a pesar de
ostentar algunos síntomas de decadencia, es no obstante una buena y entretenida
película que permitiría a la
Universal seguir explotando el tema.
El siguiente film ya plantea la
explotación total del filón en aras de mantener el estatus comercial de la
saga. La
Mujer Invisible (The Invisible Woman, 1940) ya
denota cierto cansancio estilístico, los efectos y trucos siguen siendo
efectivos (Fulton sigue detrás de los mismos) pero la historia no pasa de ser
una mera e ingenua plataforma para lucimiento de los mismos. Virginia Bruce es
la actriz que da vida a una modelo que decide vengarse de un tiránico jefe,
aceptando ser el banco de pruebas humano en los experimentos del Profesor Gibbs
(John Barrymore en su último trabajo), un excéntrico científico que consigue
volverla invisible. A partir de un argumento tan plano, la película transcurre
plácida e inocua con algunas gotas de humor salpicando el exiguo metraje.
La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, inspiró
al guionista Kurt Siodmack una nueva entrega; el argumento es muy básico: Frank
Raymon (Jon Hall), nieto del protagonista de la primera parte, se hace inocular
el suero, para, una vez invisible, convertirse en un agente en territorio
enemigo, enfrentándose, sin más dilación a los nazis y japoneses. Poco más que
decir, la producción fue titulada The Invisible Agent (1942), fue
dirigida por Edwin L. Marin, Fulton sigue encargado de los trucos visuales y
podemos resaltar la participación de Peter Lorre como el “temible” Baron Ikito.
La saga, digamos, “seria” del
hombre invisible a cargo de la
Universal llegaba a su fin con La Venganza del
Hombre Invisible (Invisible Man’s Revenge, 1944). El guión estuvo a cargo
de Bertram Millhauser y nuestro amigo invisible volvió a ser interpretado por
Jon Hall. La historia nos presenta a Robert Griffin (Jon Hall), fugitivo de la
justicia, que logra hacerse invisible gracias a la colaboración de un
excéntrico científico. Lo que no sabe el buen doctor es que Griffin alberga en
su interior el alma de un asesino en serie, que pretende vengarse de unas
afrentas recibidas en el pasado. La película, a pesar de alguna que otra
escena, no pasa de la simple anécdota; como apunte mencionar que John Carradine
acompañado de Gale Sondergaard (ambos leyendas del cine fantástico) aparecen en
el film, los efectos vuelven a estar a cargo de John P. Fulton.
Hasta aquí la primera parte del
artículo dedicado a este personaje. Saludos amigos/as de El Terror Tiene Forma. Hasta mañana!!!